jueves, 28 de noviembre de 2013

PENTECOSTÉS EN VOLCÁN DE SANTA ANA. RAFAEL WILLIAMS



EL GRAN AVIVAMIENTO  PENTECOSTAL EN EL VOLCÁN DE SANTA ANA
Rafael Williams
PRIMERA HOSPITALIDAD
Habíamos pasado la navidad de 1930 con mi familia, el país que vendría ser mi patria misionera. Yo estaba un poco confundido con algunas cosas extrañas como la reventazón de cuetes el 24 de diciembre que una costumbre nacional. Creí que me encontraba en medio de una revolución al oír el estruendo de los morteros artesanales. Solo dentro de dos años me encontraría en la  revolución comunista del 32 en el pueblo de Tacuba, Ahuachapán. Hermano Francisco me llevó a a presentar a hermano Pedro Hernández. Quien era un creyente devoto y nos hospedaría por unos días. Ellos fueron muy amables con nosotros. Pronto nos hallamos en ambiente en santa Ana. Oramos, cantábamos a Dios y adorábamos con la familia. La incertidumbre desapareció y Dios confirmó nuestros pasos al venir a una  tierra extraña. Una vez más Dios reconfirmaba nuestro llamado al campo misionero en El Salvador.
Era gente de campo pero  con una gran sinceridad. Inspiraba ver como adoraban a Dios: Lloraban y clamaban a Dios, regocijándose en Él. No había orden ni liturgia en el culto y el Espíritu Santo estaba presente. Al comenzar el culto, Joya y yo, les saludamos, les explicamos el propósito de nuestra estadía en el país y luego predicábamos. Les enseñábamos la vida cristiana bíblica llena del Espíritu Santo. Estuvimos una semana con ellos disfrutando la hospitalidad de Ángela. La congregación siempre gozosa y dispuesta a cantar, adorar, testificar y a aprender más de Dios. Realmente disfrutamos los primeros días de nuestra estadía en el Salvador, conociendo el campó misionero donde Dios nos había enviado. Había mucho trabajo para hacer y la enseñanza de La Palabra de Dios era prioridad. Sentíamos que nos llevaríamos bien con los hermanos en una hermosa comunión, y adoración a Dios.
PRIMERAS IMPRESIONES AL VISITAR A LOS CREYENTES SALVADOREÑOS
Pedro nos acompañó, junto a hermano Arbizú estar en nuestro primer culto. Los hermanos que visitaríamos habían tenido mucho interés en solicitar un misionero estadounidense para ayudar en El Salvador. Joya y yo estábamos ansiosos de estar con ellos. Pedro nos condujo en tren al Congo – un poblado que se había fortalecida con la línea  férrea pasando en medio de la comunidad. Había estación del tren allí. A 20 kilómetros de Santa Ana. Fue un lugar estratégico para Federico Mebius y pioneros para viajar por tren en el país. En el Congo estaba uno de los grupos más grande de creyentes pentecostales. Federico Mebius los había liderado y nació de un avivamiento pentecostal como el de calle Azusa en los Ángeles, USA. Yo apenas tenía una semana de haber llegado a El Salvador. Me había encontrado con cosas nuevas y extrañas para mí y tenía muy pocos conocidos en el lugar. Una nueva cultura y gente por conocer. Al llegar a la reunión del Congo encontramos unos 40 o 50 creyentes pentecostales reunidos salón largo y sentados en bancas rústicas de madera.  Los himnos se cantaban espontáneamente. Había constantes exabruptos de adoración y de hablar en lenguas. Varios hermanos hablaban con autoridad, pero sin entendimiento. Pedro me invitó a dar un corto mensaje. Todo el culto fue de testimonios cristianos y de canto.  Al terminar el culto parecía que nadie tomaría cuidado de donde habíamos de dormir Pedro y yo. Yo le pregunté a Onofre de quien nos daría posada para dormir esa noche. No había luz en el cuarto donde nos habíamos reunido en el culto. Onofre había traído unas sábanas para cubrirnos en la noche al dormir. Nos comenzamos a acostumbrarnos a la hospitalidad sincera de los creyentes. 

Ángela Macías, al saber la noticia de nuestro arribo y vino a saludarnos y nos  dijo: “Voy a buscar un lugar adecuado para ustedes para rentarlo. Yo conozco bien la ciudad. Hermano Arbizù nos dejó para atender su taller de zapatería. Pedro se fue a atender su tienda en el mercado. Nosotros nos quedamos para escribir correspondencia. Hacer reporte misionero a Springfield, hacer cuentas financieras y prepararnos para el culto de la noche. Descubrimos que en el clima tropical una hamaca es perfecta para una siesta. Hermana Ángela regresó para informarnos que había hallado una casa con dos dormitorios en la  ciudad de Santa Ana.  La rentamos un poco indecisitos por nuestras escazas finanzas. Tenía un suelo en cementado, un cielo de teja y un cielo roto de madera. Atrás una puerta ancha. Un foco de 25 wat en cada cuarto. El servicio sanitario de madera y lo compartíamos con los otros inquilinos. Ventanas de madera con pasadores de hierro.  Con una hamaca, una silla, unas cajas de cartón nos mudamos al mesón. 
Seguidamente presté herramientas para armar un closet improvisado para la ropa en una esquina del cuarto con un palo cruzado.  Una tabla para comedor, Encontramos pocos creyentes en la ciudad, pero nos habían dicho que había  varios grupos de creyentes pentecostales en el interior del país. La gente sabía de nuestra llegada y nos estaban esperando. Preparamos las maletas con hermano Arbizú para nuestra primera gira a visitar a los creyentes fuera de Santa Ana.  La ruta que llevábamos era de subir y bajar colinas. Eran cafetales con calles polvosas en el verano y en el invierno: lodosas. Pocas calles eran transitadas por vehículos.  Las calles con hoyos que eran hechas por las bestias y carretas.  Muchos de nuestros viajes eran a pié. Eran pocos los que poseían bestia. Cada uno cargaba su maleta. Con el tiempo aprendimos a montar a caballo. Joya había aprendido cuando vivía en USA, Texas. Owen disfrutaba montar a caballo. Yo encontraba dificultad  con los animales pícaros. Cuando llegamos al primer lugar nos dimos cuenta que Ángela nos iba a hospedar. Nos llevó en medio del bosque a su casa. Nos acomodó en un cuarto privado y nos ofreció deliciosa comida.
Nuestra sorpresa fue cuando nos reunimos para el culto. Era un rancho hecho de paja con madera rústica.  De 6 por  metros el salón. Piso de tierra.  Las bancas eran de troncos de madera, la luz amarillenta y había humo.  La gente oraba a gritos, otros de rodillas, postrados. De 40 a 50 gentes reunidos. Nadie se preocupaba por  el orden o liturgia. Comenzaron a cantar sin instrumentos; cada quien cantaba en su propio tono,  ritmo y tiempo. Algunos cantaban su propio himno. Había sinceridad y la presencia de Dios se sentía fuertemente. Había exclamaciones de adoración y en otras lenguas. Algunos creyentes temblaban y se retorcijaban  bajo la presencia de Dios. Otros oraban por otros creyentes imponiéndoles las manos. Testimonios espontáneos. Hermano Arbizú tomó el  tiempo y el culto se comenzó a ordenar. Cantamos, se  leyó la Biblia con más orden. Fui presentado ante los presentes por el misionero por el cual se estaba orando que llegaría de USA para ayudar en el orden de los grupos de pentecostales esparcidos en El Salvador. Sentí una genuina confirmación de mi llamado misionero al país  al oír sus palabras sinceras.
PRIMEROS AÑOS EN EL SALVADOR
A medida que desarrollaba mi servicio a Dios organizando los grupos de creyentes, conociendo los líderes locales, viajando,  me di cuenta de la  gran ayuda que mi esposa Joya me daba.  Ella estaba a cargo de la casa: Hacía compras, preparaba el menú semana y cocinaba los alimentos. Hacía milagros con el presupuesto para que alcanzara, especialmente cuando los fondos de norte no llegaban regularmente. Las iglesias que visitaba aportaban ofrendas y víveres. Ahorraba para el médico y medicina para cuando nos enfermábamos.  Además enseñaba en el Instituto Bíblico. Enseñaba y predicaba en la iglesia los domingos.  Joya se ajustaba bien a la vida misionera. A fin de ahorrar fuimos a vivir en el campo con los hermanos hasta tres o cuatro meses. Entre cafetales con la familia Navas, Cerro Verde, a 1800 msnm. Renté una carreta halada por  bueyes y cargamos nuestras pocas pertenencias y nos fuimos a vivir al Cerro Verde; desde donde teníamos una linda vista al Lago de Coatepeque, Volcán de Santa Ana y un clima templado. Iniciamos nuestro viaje desde la ciudad por calles polvosas. Acercándonos eran veredas con hoyos hechos por las ruedas de la carreta y  bestias.
Otro campesino decía que el no necesitaba salvación pues no hay alma en el humano y que con la muerte todo se acaba.  Para convencer al hombre  que decía que no había alma; Tani Morales se hizo hacia atrás como tres metros y con un gran corvo desnudo  en la mano le amagó como que le iba a machetear. El hombre palideció y temblaba de miedo. El hombre de campo volvió en sí y consintió en lo que Tani le decía. Había alma dentro de él pues tuvo miedo de morir.
“¿Porque tenès miedo”?, preguntó Tanis. Miedo de que me matara”, replicó el hombre. ¿Por qué tenés miedo, sino tenés alma”, preguntó Tanis. Si tengo alma contestó el hombre.  Convencido por el evangelismo tigre de Tani.  Era la teología de Malco al quitar la oreja al guardia. Es cuando queremos  quebrar el brazo a Dios para llegar a cabo los planes de Dios a nuestra manera.
Bebedero – Berberere-, a  kilómetros al norte de El Congo, entre cafetales y a 1500 msnm, se encontraba otro grupo de pentecostales a visitar. Les visité varias veces para enseñarles la teología bíblica básica. Ellos crecieron y maduraron rápidamente en la fe. La estación del tren estaba a   kilómetros de allí. Era el segundo grupo a organizar en el fino de la montaña y entre cafetales de altura.
Al llegar al lugar, la familia nos recibió con gran alegría y expresiones de gozo, agradecidos de hospedar a una familia norteamericana. Como la primera vez aceptamos vivir con ellos en una casa pequeña. El amor, hospitalidad y sinceridad nos ayudaba a sentirnos bien en este lindo país. Tuvimos lindas expresiones de cariño y convivio. Amor fraternal. Ellos nos daban la comida, vivíamos en constante adoración y oración, viajando con ellos conociendo a los hermanos. Joya ayudaba a prepara la comida y cuidaba a los niños. Estábamos conociendo las costumbres de la gente. Preparamos la navidad: ensayamos un coro, drama. Joya le agradaba montar a caballo, mula cuando viajábamos. A mí me gustaba caminar a pié con los otros hermanos. A medida que nuestros niños crecían, Joya les enseñaba a leer y escribir. Recibíamos escuela por correspondencia Calvert. Las lecciones ya venían preparadas para su nivel de aprendizaje. Ella les  guiaba en su progreso educativo.
Recorríamos el país visitando los grupos pentecostales, que había liderado Federico Mebius,  en viajes de dos o tres semanas. Eran diferentes giras: La costa de Ahuachapán, Cerro Verde, Sonsonate- las lajas, Guayabo, Las higueras; Oriente. Permanecíamos 2 o 3 días en cada iglesia, donde nos hospedaban y alimentaban los hermanos nacionales. Después tuve que viajar a Guatemala, Honduras, Nicaragua a ayudarles. Yo iba a abrir brecha a la par de los líderes nacionales.
Mi carpintería para hacer muebles de la casa era improvisada. Con cajas de madera desocupadas donde venían los galones de gas y gasolina hice mi escritorio. Con dos galones desocupados y una tabla en medio hice mi escritorio. También hice una cocina, mueble para guardar trastos. En una ocasión vine a la cocina y logré salvar a Owen de una avalancha de trastos, peroles de cocina que se le venían encima. Owen se había subido sobre tres cajas de madera para alcanzar unas galletas. Improvise una zapatera y cama para Owen con cajas y madera. Con un alambre en el patio hice un colgadero de ropa para asolearla. A medida que compraba herramientas hacía mejores muebles para la casa. Hice un caballito de madera para Owen. Un carrito. Owen era feliz con los juguetes improvisados.
La típica cocina en el campo era de leña. 3 o 4 quemadores. Los peroles  eran sostenidos por patas de hierro.  La cocina era de 1.50 m por 1 m. de ancho. Sobre la base de lodo seco sostenidos por plancha de lodo seco que era sostenido por madera rústica. 6 patas. 1 metro de altura. Yo construí una más económica con barriles vacíos. Daba bastante fuego, era más económica y eficiente en la casa.
Era una vida de campo entre cafetales de café de altura. Frijoles negros con tortilla de maíz. Era nuestra dieta diaria. Comprábamos carne en el mercado. En un asador lo poníamos sobre el fuego y gustaba deliciosa. Comprábamos 5 o 6 libras de cante y hacíamos un rico asado – beaf teak- . Había siempre abundancia de frutas: naranjas, guineos, aguacates, mangos, guanabas. Había vegetales silvestres como el chipilín, pacaya, palmitos, -como el espárrago-. Podríamos comer mucha variedad de fruta ilimitada solo por nuestra escasez económica. El dicho de la gente del lugar era: “El país donde nadie muere de frio, calor, hambre o sed”. La tierra fértil y la gente muy trabajadora. Además eran personas, amables, hospedadoras.
Nuestra sorpresa fue cuando nos reunimos para celebrar el culto de la noche.  Era un rancho de paja con madera rústica – no aserrada-  De 6 por 10 metros. Piso de   tierra. Las bancas improvisadas con troncos de madera. La luz amarillenta y humo que entraba de la cocina. La gente oraba a gritos. Oraban de rodillas, postrados, De 40 a 50 gentes reunidas. Nadie se preocupaba por el orden del culto o liturgia. Comenzaron a cantar sin instrumentos, Cada quien cantaba en su propio tono, ritmo y tiempo. Algunos cantaban su propio himno.  Había sinceridad y la presencia de Dios se sentía muy fuerte. Como un viento recio.  Había exclamaciones de adoración y hablaban en otras lenguas en voz alta. Los creyentes temblaban y se retorcijaban en la presencia de Dios. Unos oraban por otros imponiendo manos. Testimonios espontáneos.
Hemano Arbizú tomó el tiempo y se comenzó a orar y cantar en mas orden. Leímos la biblia y cantamos. Fui presentado a los creyentes como el misionero norteamericano por el cual se estaba orando para ayudar a orientar pentecostés. Sentí genuina confirmación de mi llamado a trabajara en El Salvador al oír la expresión sincera de ellos.













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