EL GRAN
AVIVAMIENTO PENTECOSTAL EN EL VOLCÁN DE
SANTA ANA
Rafael Williams
PRIMERA HOSPITALIDAD
Habíamos
pasado la navidad de 1930 con mi familia, el país que vendría ser mi patria
misionera. Yo estaba un poco confundido con algunas cosas extrañas como la
reventazón de cuetes el 24 de diciembre que una costumbre nacional. Creí que me
encontraba en medio de una revolución al oír el estruendo de los morteros
artesanales. Solo dentro de dos años me encontraría en la revolución comunista del 32 en el pueblo de
Tacuba, Ahuachapán. Hermano Francisco me llevó a a presentar a hermano Pedro
Hernández. Quien era un creyente devoto y nos hospedaría por unos días. Ellos
fueron muy amables con nosotros. Pronto nos hallamos en ambiente en santa Ana.
Oramos, cantábamos a Dios y adorábamos con la familia. La incertidumbre
desapareció y Dios confirmó nuestros pasos al venir a una tierra extraña. Una vez más Dios reconfirmaba
nuestro llamado al campo misionero en El Salvador.
Era gente de
campo pero con una gran sinceridad.
Inspiraba ver como adoraban a Dios: Lloraban y clamaban a Dios, regocijándose
en Él. No había orden ni liturgia en el culto y el Espíritu Santo estaba
presente. Al comenzar el culto, Joya y yo, les saludamos, les explicamos el
propósito de nuestra estadía en el país y luego predicábamos. Les enseñábamos
la vida cristiana bíblica llena del Espíritu Santo. Estuvimos una semana con
ellos disfrutando la hospitalidad de Ángela. La congregación siempre gozosa y
dispuesta a cantar, adorar, testificar y a aprender más de Dios. Realmente
disfrutamos los primeros días de nuestra estadía en el Salvador, conociendo el
campó misionero donde Dios nos había enviado. Había mucho trabajo para hacer y
la enseñanza de La Palabra de Dios era prioridad. Sentíamos que nos llevaríamos
bien con los hermanos en una hermosa comunión, y adoración a Dios.
PRIMERAS IMPRESIONES AL
VISITAR A LOS CREYENTES SALVADOREÑOS
Pedro nos acompañó, junto a hermano Arbizú estar en nuestro
primer culto. Los hermanos que visitaríamos habían tenido mucho interés en
solicitar un misionero estadounidense para ayudar en El Salvador. Joya y yo
estábamos ansiosos de estar con ellos. Pedro nos condujo en tren al Congo – un
poblado que se había fortalecida con la línea
férrea pasando en medio de la comunidad. Había estación del tren allí. A
20 kilómetros de Santa Ana. Fue un lugar estratégico para Federico Mebius y
pioneros para viajar por tren en el país. En el Congo estaba uno de los grupos
más grande de creyentes pentecostales. Federico Mebius los había liderado y
nació de un avivamiento pentecostal como el de calle Azusa en los Ángeles, USA.
Yo apenas tenía una semana de haber llegado a El Salvador. Me había encontrado
con cosas nuevas y extrañas para mí y tenía muy pocos conocidos en el lugar. Una
nueva cultura y gente por conocer. Al llegar a la reunión del Congo encontramos
unos 40 o 50 creyentes pentecostales reunidos salón largo y sentados en bancas
rústicas de madera. Los himnos se
cantaban espontáneamente. Había constantes exabruptos de adoración y de hablar
en lenguas. Varios hermanos hablaban con autoridad, pero sin entendimiento.
Pedro me invitó a dar un corto mensaje. Todo el culto fue de testimonios
cristianos y de canto. Al terminar el
culto parecía que nadie tomaría cuidado de donde habíamos de dormir Pedro y yo.
Yo le pregunté a Onofre de quien nos daría posada para dormir esa noche. No
había luz en el cuarto donde nos habíamos reunido en el culto. Onofre había
traído unas sábanas para cubrirnos en la noche al dormir. Nos comenzamos a
acostumbrarnos a la hospitalidad sincera de los creyentes.
Ángela Macías, al saber la noticia de nuestro arribo
y vino a saludarnos y nos dijo: “Voy a
buscar un lugar adecuado para ustedes para rentarlo. Yo conozco bien la ciudad.
Hermano Arbizù nos dejó para atender su taller de zapatería. Pedro se fue a
atender su tienda en el mercado. Nosotros nos quedamos para escribir
correspondencia. Hacer reporte misionero a Springfield, hacer cuentas
financieras y prepararnos para el culto de la noche. Descubrimos que en el
clima tropical una hamaca es perfecta para una siesta. Hermana Ángela regresó
para informarnos que había hallado una casa con dos dormitorios en la ciudad de Santa Ana. La rentamos un poco indecisitos por nuestras
escazas finanzas. Tenía un suelo en cementado, un cielo de teja y un cielo roto
de madera. Atrás una puerta ancha. Un foco de 25 wat en cada cuarto. El
servicio sanitario de madera y lo compartíamos con los otros inquilinos.
Ventanas de madera con pasadores de hierro.
Con una hamaca, una silla, unas cajas de cartón nos mudamos al
mesón.
Seguidamente presté herramientas para armar un
closet improvisado para la ropa en una esquina del cuarto con un palo
cruzado. Una tabla para comedor,
Encontramos pocos creyentes en la ciudad, pero nos habían dicho que había varios grupos de creyentes pentecostales en
el interior del país. La gente sabía de nuestra llegada y nos estaban esperando.
Preparamos las maletas con hermano Arbizú para nuestra primera gira a visitar a
los creyentes fuera de Santa Ana. La
ruta que llevábamos era de subir y bajar colinas. Eran cafetales con calles
polvosas en el verano y en el invierno: lodosas. Pocas calles eran transitadas
por vehículos. Las calles con hoyos que
eran hechas por las bestias y carretas.
Muchos de nuestros viajes eran a pié. Eran pocos los que poseían bestia.
Cada uno cargaba su maleta. Con el tiempo aprendimos a montar a caballo. Joya
había aprendido cuando vivía en USA, Texas. Owen disfrutaba montar a caballo.
Yo encontraba dificultad con los
animales pícaros. Cuando llegamos al primer lugar nos dimos cuenta que Ángela
nos iba a hospedar. Nos llevó en medio del bosque a su casa. Nos acomodó en un
cuarto privado y nos ofreció deliciosa comida.
Nuestra sorpresa fue cuando nos reunimos para el
culto. Era un rancho hecho de paja con madera rústica. De 6 por
metros el salón. Piso de tierra.
Las bancas eran de troncos de madera, la luz amarillenta y había
humo. La gente oraba a gritos, otros de
rodillas, postrados. De 40 a 50 gentes reunidos. Nadie se preocupaba por el orden o liturgia. Comenzaron a cantar sin
instrumentos; cada quien cantaba en su propio tono, ritmo y tiempo. Algunos cantaban su propio
himno. Había sinceridad y la presencia de Dios se sentía fuertemente. Había
exclamaciones de adoración y en otras lenguas. Algunos creyentes temblaban y se
retorcijaban bajo la presencia de Dios.
Otros oraban por otros creyentes imponiéndoles las manos. Testimonios
espontáneos. Hermano Arbizú tomó el
tiempo y el culto se comenzó a ordenar. Cantamos, se leyó la Biblia con más orden. Fui presentado
ante los presentes por el misionero por el cual se estaba orando que llegaría
de USA para ayudar en el orden de los grupos de pentecostales esparcidos en El
Salvador. Sentí una genuina confirmación de mi llamado misionero al país al oír sus palabras sinceras.
PRIMEROS AÑOS EN EL SALVADOR
A medida que desarrollaba mi servicio a Dios
organizando los grupos de creyentes, conociendo los líderes locales,
viajando, me di cuenta de la gran ayuda que mi esposa Joya me daba. Ella estaba a cargo de la casa: Hacía
compras, preparaba el menú semana y cocinaba los alimentos. Hacía milagros con
el presupuesto para que alcanzara, especialmente cuando los fondos de norte no
llegaban regularmente. Las iglesias que visitaba aportaban ofrendas y víveres.
Ahorraba para el médico y medicina para cuando nos enfermábamos. Además enseñaba en el Instituto Bíblico.
Enseñaba y predicaba en la iglesia los domingos. Joya se ajustaba bien a la vida misionera. A
fin de ahorrar fuimos a vivir en el campo con los hermanos hasta tres o cuatro
meses. Entre cafetales con la familia Navas, Cerro Verde, a 1800 msnm. Renté
una carreta halada por bueyes y cargamos
nuestras pocas pertenencias y nos fuimos a vivir al Cerro Verde; desde donde
teníamos una linda vista al Lago de Coatepeque, Volcán de Santa Ana y un clima
templado. Iniciamos nuestro viaje desde la ciudad por calles polvosas.
Acercándonos eran veredas con hoyos hechos por las ruedas de la carreta y bestias.
Otro campesino decía que el no necesitaba salvación
pues no hay alma en el humano y que con la muerte todo se acaba. Para convencer al hombre que decía que no había alma; Tani Morales se
hizo hacia atrás como tres metros y con un gran corvo desnudo en la mano le amagó como que le iba a
machetear. El hombre palideció y temblaba de miedo. El hombre de campo volvió
en sí y consintió en lo que Tani le decía. Había alma dentro de él pues tuvo
miedo de morir.
“¿Porque tenès miedo”?, preguntó Tanis. Miedo de que
me matara”, replicó el hombre. ¿Por qué tenés miedo, sino tenés alma”, preguntó
Tanis. Si tengo alma contestó el hombre.
Convencido por el evangelismo tigre de Tani. Era la teología de Malco al quitar la oreja
al guardia. Es cuando queremos quebrar
el brazo a Dios para llegar a cabo los planes de Dios a nuestra manera.
Bebedero – Berberere-, a kilómetros al norte de El Congo, entre
cafetales y a 1500 msnm, se encontraba otro grupo de pentecostales a visitar.
Les visité varias veces para enseñarles la teología bíblica básica. Ellos
crecieron y maduraron rápidamente en la fe. La estación del tren estaba a kilómetros de allí. Era el segundo grupo a
organizar en el fino de la montaña y entre cafetales de altura.
Al llegar al lugar, la familia nos recibió con gran
alegría y expresiones de gozo, agradecidos de hospedar a una familia
norteamericana. Como la primera vez aceptamos vivir con ellos en una casa
pequeña. El amor, hospitalidad y sinceridad nos ayudaba a sentirnos bien en
este lindo país. Tuvimos lindas expresiones de cariño y convivio. Amor
fraternal. Ellos nos daban la comida, vivíamos en constante adoración y
oración, viajando con ellos conociendo a los hermanos. Joya ayudaba a prepara
la comida y cuidaba a los niños. Estábamos conociendo las costumbres de la
gente. Preparamos la navidad: ensayamos un coro, drama. Joya le agradaba montar
a caballo, mula cuando viajábamos. A mí me gustaba caminar a pié con los otros
hermanos. A medida que nuestros niños crecían, Joya les enseñaba a leer y
escribir. Recibíamos escuela por correspondencia Calvert. Las lecciones ya
venían preparadas para su nivel de aprendizaje. Ella les guiaba en su progreso educativo.
Recorríamos el país visitando los grupos
pentecostales, que había liderado Federico Mebius, en viajes de dos o tres semanas. Eran
diferentes giras: La costa de Ahuachapán, Cerro Verde, Sonsonate- las lajas, Guayabo,
Las higueras; Oriente. Permanecíamos 2 o 3 días en cada iglesia, donde nos
hospedaban y alimentaban los hermanos nacionales. Después tuve que viajar a
Guatemala, Honduras, Nicaragua a ayudarles. Yo iba a abrir brecha a la par de
los líderes nacionales.
Mi carpintería para hacer muebles de la casa era
improvisada. Con cajas de madera desocupadas donde venían los galones de gas y
gasolina hice mi escritorio. Con dos galones desocupados y una tabla en medio
hice mi escritorio. También hice una cocina, mueble para guardar trastos. En
una ocasión vine a la cocina y logré salvar a Owen de una avalancha de trastos,
peroles de cocina que se le venían encima. Owen se había subido sobre tres
cajas de madera para alcanzar unas galletas. Improvise una zapatera y cama para
Owen con cajas y madera. Con un alambre en el patio hice un colgadero de ropa
para asolearla. A medida que compraba herramientas hacía mejores muebles para
la casa. Hice un caballito de madera para Owen. Un carrito. Owen era feliz con
los juguetes improvisados.
La típica cocina en el campo era de leña. 3 o 4
quemadores. Los peroles eran sostenidos
por patas de hierro. La cocina era de
1.50 m por 1 m. de ancho. Sobre la base de lodo seco sostenidos por plancha de
lodo seco que era sostenido por madera rústica. 6 patas. 1 metro de altura. Yo
construí una más económica con barriles vacíos. Daba bastante fuego, era más
económica y eficiente en la casa.
Era una vida de campo entre cafetales de café de
altura. Frijoles negros con tortilla de maíz. Era nuestra dieta diaria.
Comprábamos carne en el mercado. En un asador lo poníamos sobre el fuego y
gustaba deliciosa. Comprábamos 5 o 6 libras de cante y hacíamos un rico asado –
beaf teak- . Había siempre abundancia de frutas: naranjas, guineos, aguacates,
mangos, guanabas. Había vegetales silvestres como el chipilín, pacaya,
palmitos, -como el espárrago-. Podríamos comer mucha variedad de fruta
ilimitada solo por nuestra escasez económica. El dicho de la gente del lugar
era: “El país donde nadie muere de frio, calor, hambre o sed”. La tierra fértil
y la gente muy trabajadora. Además eran personas, amables, hospedadoras.
Nuestra sorpresa fue cuando nos reunimos para
celebrar el culto de la noche. Era un
rancho de paja con madera rústica – no aserrada- De 6 por 10 metros. Piso de tierra. Las bancas improvisadas con troncos
de madera. La luz amarillenta y humo que entraba de la cocina. La gente oraba a
gritos. Oraban de rodillas, postrados, De 40 a 50 gentes reunidas. Nadie se
preocupaba por el orden del culto o liturgia. Comenzaron a cantar sin
instrumentos, Cada quien cantaba en su propio tono, ritmo y tiempo. Algunos
cantaban su propio himno. Había
sinceridad y la presencia de Dios se sentía muy fuerte. Como un viento
recio. Había exclamaciones de adoración
y hablaban en otras lenguas en voz alta. Los creyentes temblaban y se
retorcijaban en la presencia de Dios. Unos oraban por otros imponiendo manos.
Testimonios espontáneos.
Hemano Arbizú tomó el tiempo y se comenzó a orar y
cantar en mas orden. Leímos la biblia y cantamos. Fui presentado a los
creyentes como el misionero norteamericano por el cual se estaba orando para
ayudar a orientar pentecostés. Sentí genuina confirmación de mi llamado a
trabajara en El Salvador al oír la expresión sincera de ellos.
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